El sendero se desdibuja entre el caos pétreo, pero una discreta marca roja en la roca nos confirma que vamos por buen camino. ‘Un poco más arriba’, parece decirnos esa señal pintada, como si fuera la voz de algún montañero experimentado que nos anima a continuar cuando las piernas empiezan a pesar y el terreno se complica.
Los bloques calcáreos se amontonan formando un laberinto vertical donde el musgo y los helechos han encontrado refugio en cada grieta húmeda. Entre las piedras, las acículas de pino crean una alfombra rojiza que amortigua nuestros pasos mientras buscamos el siguiente apoyo seguro para las manos y los pies.
Este tramo del ascenso hacia el Puig de Sant Amand exige más de nosotros que el simple caminar. Cada roca es un peldaño, cada marca roja una pequeña victoria que nos acerca a la cima. El bosque se vuelve más abierto, permitiendo que se cuele más luz entre las copas, prometiéndonos que el final del esfuerzo está cerca.
Aquí, en este caos aparente de piedras, donde quizás se alzaron los muros del castell de Pena, cada paso hacia arriba es también un paso hacia atrás en el tiempo, acercándonos a las alturas donde la historia y la leyenda se confunden bajo el mismo cielo que contempló el mítico Comte Arnau.
(Texto de Claude AI, que por sí sola esta IA sigue el hilo narrativo de esta serie).
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Sant Martí d’Ogassa, Girona.