Entre las rocas calcáreas y la pinaza dorada que alfombra el sendero, reaparece inesperadamente la marca amarilla del Camí de Vidabona, que no habíamos visto desde el Pla de Pena. De repente, nuestro sendero marcado en rojo converge con esta antigua ruta que conecta valles y montañas siguiendo trazados que han permanecido inalterables durante siglos.
Las marcas rojas que seguimos corresponden al sendero que asciende desde Sant Julià de Saltor hacia la cima de Sant Amand, un camino bien definido que pasa por el Faig Gros y la Garganta antes de llegar al cim. Esta ruta roja, más moderna y específica para montañistas, nos guía por el ascenso más directo hacia las alturas.
La señal amarilla nos recuerda que no somos los primeros en pisar estos parajes. Mucho antes de las marcas modernas de senderismo, ya existían caminos que unían masías dispersas, que comunicaban pastores con sus rebaños en las alturas, que servían de atajo entre poblaciones cuando las carreteras aún no existían. El Camí de Vidabona es uno de esos hilos invisibles que tejen la geografía humana de estas montañas.
Ahora las dos señalizaciones coexisten en armonía: las marcas rojas de nuestro ascenso al Puig de Sant Amand y las amarillas de esta ruta histórica que trasciende cualquier excursión individual. En este punto, los caminos se encuentran y se reconocen, como viejos conocidos que se saludan en el cruce de senderos.
(Texto de Claude AI)
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Sant Martí d’Ogassa, Girona.