Después del esfuerzo sostenido entre rocas y senderos escalonados, el Pla de Pena se abre como una recompensa inesperada en la Serra de Sant Amand. La verticalidad del bosque da paso a esta planicie serena donde los pinos centenarios se dispersan con generosidad, creando un espacio para respirar hondo y contemplar la amplitud ganada con cada paso.
Este lugar guarda la memoria del antiguo castell de Pena, documentado entre los siglos XI y XIV, del cual hoy apenas quedan piedras dispersas entre la hierba. Las crónicas medievales hablan de este castillo como parte de los dominios de los señores de Mataplana, pero la leyenda popular lo ha envuelto en relatos más fascinantes. Según la tradición, aquí el mítico Comte Arnau construyó su fortaleza, comunicada secretamente con el Monestir de Sant Joan de les Abadesses a través de un túnel subterráneo. La leyenda también habla de un convento de monjas en este mismo pla, frecuentado por el legendario conde.
Aquí, en este claro natural, los caminos se encuentran y se separan. El árbol marcado con la señal amarilla del Camí de Vidabona y la flecha roja que apunta hacia nuevos rumbos nos recuerda que toda cima es también un cruce de decisiones. El Pla de Pena no es solo un destino, sino un lugar de pausa donde la montaña nos invita a elegir: seguir adelante, detenerse a contemplar, o simplemente ser testigos de cómo la hierba dorada ondula bajo el cielo plomizo.
En esta meseta, a los pies del Puig de Sant Amand que se alza hasta los 1.851 metros, el tiempo parece ralentizarse. Cada árbol es un guardián silencioso de historias medievales, de leyendas que han pervivido en la memoria popular, de la quietud que solo se encuentra cuando hemos dejado atrás el ruido del mundo de abajo.
(Seguimos probando Claude AI. Interesante lo que saca a partir de la foto y un poco de contexto).
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Ogassa, Girona.