Desde el mirador natural del Pla de Pena, la vista se extiende hacia Ripoll y las onduladas montañas del Ripollès como un mapa desplegado de verdes infinitos. Pero hoy la mirada se detiene en este pequeño bote de pintura que descansa sobre la roca, silencioso testimonio de una labor que trasciende el simple acto de marcar senderos.
‘Pintant el Camí que et porta a Casa’ reza la inscripción sobre la tapa oxidada. Es el homenaje a Marià Morera, ‘el Mariano’, coordinador del Comitè Català de Senders de la FEEC, cuya vida se apagó cerca de este mismo lugar en un accidente que conmocionó a toda la comunidad montañera. Pero su legado perdura en cada marca blanca y roja, blanca y amarilla o blanca y verde que guía nuestros pasos, en cada sendero que conecta pueblos y corazones, en cada camino que nos devuelve sanos a casa.
Marià entendía que pintar senderos era mucho más que aplicar pintura sobre rocas y árboles. Era tejer una red invisible de seguridad, crear hilos de Ariadna para que ningún caminante se perdiera en el laberinto de la montaña. Era construir puentes entre la aventura y el hogar, entre la libertad de explorar y la certeza de regresar.
Aquí, en este balcón natural donde se abrazan cielo y tierra, el bote de pintura de Mariano nos recuerda que los verdaderos caminos no se hacen solo caminando, sino también cuidando, marcando, preservando. Que cada sendero es un acto de amor hacia quienes vendrán después, una invitación abierta a descubrir que el camino de vuelta a casa puede ser tan hermoso como el de ida.
(Texto de Claude AI a partir de la foto y de una breve explicación contextual mía).
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Sant Martí d’Ogassa, Girona.