Al salir del túnel, el mundo se abre de forma inesperada. No hay bosques densos ni montañas escarpadas, sino una planicie infinita donde el cielo abraza la tierra en un horizonte que parece no tener fin. El sendero empedrado se extiende como una promesa trazada sobre el paisaje invernal, guiando los pasos hacia lo que aún permanece como una silueta misteriosa en la distancia.
Los campos nevados se extienden a ambos lados, interrumpidos apenas por la línea de árboles que marca los límites de este territorio sagrado. Papeleras, bancos y señales esperan tiempos más clementes, cuando los peregrinos lleguen en manadas y no en la soledad que impone el invierno báltico. Al fondo, lo que desde aquí parece una masa oscura e indefinida es en realidad el objetivo del viaje: la colina cubierta por cien mil cruces.
Este camino empedrado es más que una infraestructura: es una transición ceremonial entre lo cotidiano y lo sagrado. Cada paso sobre estas piedras grises acerca no solo físicamente a ese bosque vertical de madera y metal, sino espiritualmente a un lugar donde lo imposible se ha vuelto cotidiano, donde la fe se materializa en formas incontables.
El cielo plomizo amenaza nieve, pero el sendero permanece despejado, como si una fuerza invisible protegiera este trayecto final hacia el encuentro con el milagro.
(Texto de Claude AI)
Foto hecha con el móvil.
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Kryžių kalnas, Lituania.