El sendero se abre finalmente en la cresta de la Serra de Sant Amand, donde el terreno cae suavemente a ambos lados y la luz del día se filtra con más generosidad entre los pinos. El camino serpentea ahora entre rocas calcáreas y prados de hierba corta, señal inequívoca de que la cima está cerca.
Aquí arriba, el bosque cambia de carácter. Los hayas explotan en cobres y dorados, creando manchas de color que contrastan con el verde perenne de las coníferas. El sendero se vuelve más amable, menos empinado, como si la montaña quisiera recompensar el esfuerzo de la ascensión con un paseo contemplativo por su corona.
Las rocas emergentes del terreno parecen mojones naturales que marcan el camino de cresta, mientras que la hierba mullida bajo los pies nos invita a caminar con más soltura después de los tramos técnicos anteriores. A izquierda y derecha, el terreno desciende gradualmente, confirmando que nos movemos por la línea de cumbres.
La sensación de proximidad a la meta se intensifica con cada paso. Ya no es solo cuestión de subir, sino de seguir la ondulación natural de la cresta hasta encontrar el punto más alto donde nos espera la cruz de Sant Amand y las vistas panorámicas que justifican todo el esfuerzo invertido.
(Texto de Claude AI)
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Sant Martí d’Ogassa, Girona.