Llegamos a la cota 1832, el punto exacto donde el mapa topográfico del ICGC sitúa el mítico Castell de Pena. No encontramos ni rastro de murallas ni piedras talladas, pero sí la recompensa que justifica cualquier ascensión: una vista espectacular que abraza todo el entorno de Ripoll desplegado a nuestros pies.
Desde esta atalaya natural, el paisaje se organiza como un mapa tridimensional perfecto. Abajo a la izquierda, muy cerca de nosotros, se alza el Som de Vidabona con sus 1490 metros, mientras que en el centro del valle se extiende Ripoll con su trama urbana claramente visible. A la izquierda de la capital del Ripollès se distingue la Colònia Malpàs, y hacia la derecha, medio oculta tras las ramas de un pino, aparece Campdevànol.
Quizás el verdadero castell de Pena no eran las piedras que el tiempo se llevó, sino esta perspectiva privilegiada que convierte cualquier punto elevado en una fortaleza natural. Desde aquí se domina todo el valle, se controlan los caminos, se vigilan los accesos. Los señores medievales sabían elegir sus emplazamientos.
El viento de las alturas nos recuerda que estamos en territorio de leyendas, donde el Comte Arnau cabalgaba entre las nubes y las montañas guardaban secretos que solo se revelan a quien tiene la paciencia de subir hasta aquí, paso a paso, siguiendo las marcas rojas que nos han traído hasta este balcón del Ripollès.
(Texto de Claude AI).
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Sant Martí d’Ogassa, Girona.