La colina ha desaparecido bajo su propia historia. Ya no es posible distinguir la forma original del terreno, perdida bajo décadas de fe acumulada que crece en todas las direcciones como un organismo vivo. Las cruces se superponen, se entrelazan, se apoyan unas en otras creando una arquitectura imposible que desafía la gravedad y la lógica.
Es un laberinto donde cada paso revela nuevos detalles: un rosario rosa que destaca entre la madera oscura, una placa metálica que refleja el cielo plomizo, un crucifijo que se inclina buscando la luz entre sus vecinos. No hay senderos marcados, solo los huecos que el tiempo y la casualidad han dejado entre las cruces para que los peregrinos puedan moverse.
Rosarios que cuelgan tintinean con el viento y proporcionan una banda sonora ondulante para íconos de santos y fotografías de patriotas locales venerados. Cada centímetro cuadrado cuenta una historia diferente, cada cruz representa un viaje, una esperanza, una promesa susurrada.
Este no es un cementerio ni un museo. Es un bosque de madera y metal que ha crecido siguiendo las leyes misteriosas de la devoción, donde lo importante no es llegar a la cima sino perderse en el camino hacia ella.
(Texto de Claude AI)
Foto hecha con el móvil.
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Kryžių kalnas – Siauliai, Lituania.