La cima, quizás

La cima, quizás

Siguiendo las marcas rojas a través del bosque denso, el sendero continúa serpenteando entre pinos negros y rocas calcáreas sin ofrecer ninguna pista visual sobre dónde me encuentro exactamente. La vegetación lo cubre todo, creando un túnel verde que no permite vislumbrar horizontes ni referencias que confirmen la posición. Solo el GPS y el mapa topográfico me aseguran que estoy en el punto más alto: el Puig de Sant Amand, a 1851 metros.

Es curioso llegar a una cima sin darse cuenta. No hay el momento épico de emerger por encima de la línea de árboles, ni la revelación súbita del paisaje que se despliega a los pies. Aquí, la montaña guarda su secreto hasta el final, envuelta en este bosque que no distingue entre ladera y cumbre, que trata todos los metros de altura con la misma indiferencia vegetal.

El sendero sigue adelante, impasible, como si no supiera que acaba de tocar el cielo del Ripollès. Las rocas continúan emergiendo del suelo, la hierba sigue creciendo entre las piedras, y solo la consulta al mapa me confirma que estos pasos aparentemente intrascendentes me están llevando por el techo de la Serra de Sant Amand.

Quizás esta sea la verdadera lección de algunas cimas: que los momentos más altos no siempre vienen acompañados de fanfarrias, sino que a veces hay que confiar en los instrumentos y en la perseverancia para saber que hemos llegado donde queríamos llegar.

(Texto de Claude AI)

Sant Martí d’Ogassa, Girona.


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