Hacia la Colina de las Cruces


Hay lugares que anticipan su propia singularidad. Desde el parking, bajo el cielo gris lituano, ya se intuye que al atravesar este túnel de piedra revestido de madera algo cambiará en la perspectiva del mundo. Los paneles informativos flanquean la entrada como guardianes discretos, pero su mensaje es claro: estás a punto de entrar en

Uz redzēšanos, Jelgava


Desde la isla del palacio, Jelgava se despliega como un mapa de recuerdos. El Driksas bāka monta guardia en su promontorio nevado, último centinela antes de que las aguas se encuentren con el Lielupe. El Mītavas tilts extiende sus 152 metros de ingeniería moderna, conectando mundos mientras sus cables cortan el cielo como líneas de

Navegación suspendida


El invierno transforma todo en Jelgava. Lo que en verano es movimiento ahora es contemplación silenciosa. El Driksa, ese brazo del Lielupe de 5,2 kilómetros que abraza las islas Pasta y Pils, se ha convertido en un espejo opaco donde el hielo y el agua negocian sus territorios. El Driksas Baka vigila desde su base

Pues hay alguien ahí


Desde el telecabina veo un par de personas junto a aquella cabaña en medio de la nieve. — Montañas Făgăraș – Sibiu, Rumania

Todo blanco


A la que te alejas un poco de la estación la vista se queda casi en blanco. — Montañas Făgăraș – Sibiu, Rumania

Vista alternativa


A falta de mirador, me contento con ver el fondo del valle desde aquí. — Montañas Făgăraș – Sibiu, Rumania

El mirador


Difícil llegar a él con tanta nieve y hielo. Además, parece cerrado. — Montañas Făgăraș – Sibiu, Rumania



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